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Felicidades por la información que publicáis, me parece my interesante, felicidades al conjunto, y al esfuerzo del trabajo en equipo.
Hola, soy profesor y padre por accidente. Entindase bien, el accidente de la vida. Quiero decir que disfruto como jamás imaginé educando a mis hijos y mis alumnos y tras mis charlas trato de mejorrar
las competencias de uqienes comparten el tiempo conmigo. Las lecturas de Roger Schank me han ayudado a poner nombre a lo que de manera intuitiva, por accidente, he hecho toda mi vida. Pensemos para
qué enseñamos y nos equivocaremos menos. Un saludo. EE.- Burgos.
Me encanta Augusto Cury!!!
Recomiendo su libro: Nunca renuncies a tus sueños.
Alba
Soy Docente, creo que, efectivamente hacemos que primen los contenidos sobre el desarrollo de los escolares.
Augusto Cury, psiquiatra y director de la Academia de Inteligencia de São Paulo
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“Educar es abrir las ventanas de la inteligencia y la creatividad” |
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Augusto Cury es director de la Academia de Inteligencia en el estado de São Paulo, un centro de psicología preventiva para maestros y profesionales de la salud mental. Ahora acaba de publicar Hijos brillantes. Alumnos fascinantes (Editorial Zenith) un libro donde plantea la necesidad de hablar con los jóvenes sobre sus pensamientos, anhelos, expectativas y deseos. En esta entrevista Cury profundiza además en los problemas de una sociedad cada vez más “enferma” que se reflejan en la escuela, en la difícil relación padres-hijos y en la importancia de los profesores que, a su juicio, "no están valorados como merecen”. | |||||||||||||||||
Augusto Cury cree que el profesorado es el colectivo profesional más importabte de nuestra sociedad, de la que no recibe el estatus que merece. | |||||||||||||||||
Madrid. D. PEREZ SANZ
De los libros que ha publicado en los últimos años, cuatro son líderes de ventas en Brasil y
Portugal y sus planteamientos sobre psicología educativa han sido adaptados como cursos de postgrado en muchas universidades brasileñas. Está claro que está usted de moda, pero ¿qué hay detrás de
todo ello?
¿Qué visión tienen hoy los alumnos respecto a la enseñanza?
En las últimas semanas ha habido en España un encendido debate sobre esta cuestión. ¿Cree que
los docentes están perdiendo protagonismo en las aulas?
Usted dirige en Brasil la Academia de Inteligencia, una especie de centro de psicología
preventiva en los que respecta la salud mental del profesorado. ¿Qué pretende con esta institución? ¿De que forma ayuda a los docentes?
Y sobre todo ¿qué habría que hacer para recuperar la autoestima del
profesorado? |
“Los niños aprenden mucho más jugando que estudiando, haciendo
que
mirando. El juego que hacen solos sin el control de los adultos es
la forma cultural más alta que toca un niño. Los niños que han podido
jugar bien y durante mucho tiempo serán adultos mejores”
“El juego da recursos para la vida. Todas las crisis de la
juventud
se gestan en la primera infancia”
“Hoy educar significa pedir a los niños que dejen
de
comportarse como niños y lo hagan como adultos”
“Los pequeños pasan sus días frente a adultos instructores, les es
difícil
hacer cosas raras. Así se va alimentando una necesidad de riesgo
acumulada que expresará con su primera moto y en las salidas nocturnas”
“Los pequeños no quieren estar recluidos en su habitación para
jugar, ni
en ludotecas, ni en todos esos espacios que construimos para que estén
controlados. Lo que hace un niño controlado por un adulto es distinto
de lo que hace solo. Los niños necesitan espacios donde, dentro de
un clima de control social, ellos puedan hacen lo que quieran:
pisar el césped, subirse a los árboles y jugar con las lagartijas”
Francesco Tonucci
IMPRESCINDIBLE entrevista para todos los padres, los profesores, los alcaldes y encargados de urbanismo, … y en definitiva para todas las personas, porque es la sociedad en su conjunto quien trata y convive con los niños y la que reproduce un tipo de crianza y educación determinado.
Francesco Tonucci (1941) es un pensador, psicopedagogo y dibujante italiano que se dedica al estudio delpensamiento y el comportamiento infantil.
Ha creado y dirige desde 1991 el proyecto La Ciudad de los Niños, que propone a los alcaldes de 100 ciudades una nueva filosofía de gobierno, adoptando a los niños como parámetro de valoración, de proyección y de cambio de la ciudad.
Critica la forma en que las ciudades están estructuradas y aconseja que estén planificadas pensando en los niños. Pero no para convertirlas en Disneylands locales sino porque él afirma que un adulto sano es el resultado de un niño que ha jugado mucho y ha tenido autonomía.
Francesco Tonucci es un autor importante a tener en cuenta junto con Christopher Clouder que ya nos advertía que “hay mucho tiempo para ser adultos y poco para ser niños” y Toshiro Kanamori y su pedagodía para ser feliz.
Las criticas y sugerencias de Tonucci a la escuela clásica están resumidas aquí y también expresa sus ideas en viñetas que firma con el seudónimo “Frato” y que se recogen en el libro “40 años con ojos de niño” (Graó).
En contra de una sociedad que últimamente asocia constantemente la palabra “límites” a niños e incluso a bebés, este pedagogo reivindica la LIBERTAD, el poder personal, menos deberes, más tiempo libre por las tardes para descubrir el mundo y, sobre todo, sostiene que “los niños no son recipientes vacíos que hay que llenar de conocimientos” sino que tienen sus propias vivencias y formas de pensar.
En esta entrevista en La Contra de La Vanguardia del 11-9-2007 Tonucci explica con contundencia la importancia infravalorada del juego en la infancia y afirma que estamos robando la autonomía, herramienta básica de futuro, a los niños de 3 a 6 años.
Estas son sus palabras para leer varias veces y reflexionar como sociedad:
67 años. Nací en Fano y vivo en Roma. Estoy casado y tengo tres hijos y un nieto. Desde 1966 soy investigador del Instituto de Ciencia y Tecnología de la Cognición del Consejo Nacional de Investigación (CNR) Italiano. La política debería ser un servicio a la comunidad y es un servicio para pequeños grupos. Soy católico y creyente.
¿Qué quieren los
niños?
Los niños que participan en el proyecto La Ciudad de los Niños (en 100 ciudades italianas, españolas y argentinas) piden todos lo mismo en sus reuniones con los alcaldes.
¿De qué se
trata?
Espacio y autonomía. Tienen un gran conflicto con los coches porque estos crean peligro y y el peligro impide su autonomía. Unos niños italianos propusieron a un alcalde dividir el espacio: “Mitad
para que aparquen los coches, mitad para nosotros”.
Angelitos
Estoy luchando con los alcaldes para que abandonen esa costumbre de construir parques para niños con columpios y toboganes. Los niños necesitan espacios donde, dentro de un clima de control social,
ellos puedan hacen lo que quieran: pisar el césped, subirse a los árboles y jugar con las lagartijas.
¿No les gustan los espacios
para niños?
Los pequeños no quieren estar recluidos en su habitación para jugar, ni en ludotecas, ni en todos esos espacios que construimos para que estén controlados. Lo que hace un niño controlado por un
adulto es distinto de lo que hace solo. Están perdiendo esa posibilidad de vivir experiencias solos y por tanto la posibilidad de jugar.
Parece
grave
A nivel cognitivo es gravísimo, por eso los niños están proponiendo que la ciudad retome el espacio público, como público.
¿Reivindican la necesidad de
jugar?
Sí. Un niño le espetó al alcalde de Roma: “Estaba jugando en la plaza y un guardia me quitó la pelota”. Los niños tienen derecho a jugar en las plazas públicas. ¿Con la pelota? Sí. En Lima vi un
cartel que suscribo: “Prohibido jugar a la pelota excepto niños”.
Plazas con pelotas y sin
coches, ¿utópico?
Los niños deben poder jugar como quieran ellos. En el patio de casa, en la acera, en los paseos…, porque éstos son espacios públicos. Debemos invertir en cómo nuestras ciudades, no en una teórica,
pueden transformarse en lugares donde los niños puedan ser niños. Y los que más me preocupan son los de tres a seis, porque les estamos robando la autonomía, herramienta básica de futuro.
¿Cómo percibimos hoy a los
niños?
Los adultos y por tanto los propios niños se perciben como una persona que vale por lo que será mañana y no por lo que es hoy. Hoy educar significa pedir a los niños que dejen de comportarse como
niños y lo hagan como adultos.
¿Cómo se
soluciona?
Escuchando sus tonterías, porque cuando un niño dice una tontería es algo que no ha oído de sus padres ni de sus maestros.
Regáleme una
tontería
El deseo de un niño: “Quiero una cancha de fútbol sin entrenador”. Entiendo que los niños estén hartos de adultos. La diferencia entre un niño de cinco años de hoy y yo cuando tenía su edad es que yo
tenía mucho tiempo sin adultos, por mi cuenta. Hoy la gran preocupación es enseñarles todos los peligros.
Peligros que les cortan las
alas
La soledad es la grave enfermedad de los niños que hoy viven en las ciudades ricas. Familias de hijos únicos, sin compañeros dentro de su propia casa y, debido al peligro ambiental, sin posibilidad
de salir a buscarlos.
Tienen a sus compañeros de
escuela
Amigos institucionales, compañeros controlables. En mi infancia hacer un amigo nuevo era un riesgo que requería capacidad de conocimiento de los otros, y me parece un valor enorme. La dificultad que
hoy tienen los jóvenes de crear pareja estable se debe a que les faltó la experiencia de crear relaciones que tuvieran que afrontar solos.
El riesgo
asusta
El riesgo es una componente esencial del desarrollo. Sería deseable que los niños encontraran sus obstáculos en el momento útil, medir si pueden saltar un riachuelo o si les compensa relacionarse con
alguien.
Hay quien opina que ya tendrán
tiempo.
Los pequeños pasan sus días frente a adultos instructores, les es difícil hacer cosas raras. Así se va alimentando una necesidad de riesgo acumulada que expresará con su primera moto y en las salidas
nocturnas.
Interesante.
Los niños no son aspirantes suicidas, no buscan situaciones que no puedan dominar porque se trata de jugar. A cambio de impedirles ese juego exploratorio les damos protección y posibilidad de
adquirir muchas cosas. Se crea así una relación perversa entre un niño que quiere mucho y un adulto que piensa que tiene que dar mucho para compensar lo que no puede darle. Los regalitos continuos
destruyen la capacidad de juego.
¿Hay que renunciar al
control?
Sí, hay que acompañar “pero de lejos”, como decía un niño argentino. Los niños aprenden mucho más jugando que estudiando, haciendo que
mirando. El juego que hacen solos sin el control de los adultos es la forma cultural más alta que toca un niño. Los niños que han podido jugar bien y durante mucho tiempo serán adultos
mejores.
¿Qué consejo daría a los
padres?
Dele a su hijo más autonomía, con normas de espacio, de tiempo y sociales, y le sorprenderá cómo mejora la comunicación: correrá a contarle lo que ha descubierto.
Debemos perder el
miedo…
Así es. en tres municipios de Roma los niños de seis y siete años van solos al colegio. Los padres y los tenderos controlan pero sin que los niños lo sepan. Para ellos es un gran regalo, se sienten
reconocidos y se hacen más responsables. Y, curiosamente, esos barrios se vuelven más seguros.
“Creo que el efecto más perturbador es que la falta de interés de
los niños por las tareas los lleve a adoptar una actitud negativa hacia el colegio y el aprendizaje en general. Diría que las tareas son el principal y MAYOR EXTINGUIDOR DE LA CURIOSIDAD INFANTIL.
Queremos niños completos, que se desarrollen social, física y artísticamente, y que tengan también tiempo para relajarse y ser niños”
Alfie Kohn
El impacto de los deberes en la vida de las familias con hijos escolarizados es, en muchos casos, el siguiente:
Esos son los temas que se tratan en los primeros capítulos del libro recién publicado en español “El mito de los deberes: ¿Por qué son perjudiciales para el aprendizaje y la convivencia” de Alfie Kohn, profesor, autor comprometido con la renovación pedagógica, uno de los críticos más destacables en EEUU del sistema educativo actual, experto en el proceso de aprendizaje y cómo se bloquea, y escritor de varios libros.
Existe un mito por el cual los deberes en casa (tras largas jornadas escolares) benefician a los niños y aportan responsabilidad, disciplina, hábitos de estudio y más. Pues Alfie Kohn tira por la borda este tipo de planteamientos y, avalado por multitud de investigaciones, concluye que “los deberes no proporcionan ningún beneficio académico para los alumnos de primaria y existen serias dudas sobre si son recomendables para los estudiantes de secundaria”. A pesar de esto, el sistema perpetúa los deberes sin ningún cuestionamiento de generación en generación por varios motivos:
“El mito de los deberes: ¿Por qué son perjudiciales para el aprendizaje y la convivencia” analiza todo esto. Sus capítulos principales se titulan: “La verdad sobre los deberes”, “Seis razones por las que los deberes siguen existiendo (a pesar de lo que dicen las pruebas)” y “Recuperar la sensatez”; y, además de las críticas y desmitificación de los deberes, el autor plantea medidas concretas para cambiar lo que ocurre en las escuelas (y en nuestras casas) con el fin de rescatar el gusto por aprender de nuestros hijos y el bienestar en nuestras familias.
Canadá, Australia, Francia, España, … el dilema de los deberes (y el desmantelamiento del viejo paradigma educativo) es un asunto que compartimos millones de familias en el mundo y Alfie Kohn nos aporta un gran material sobre el que reflexionar, abrir los ojos y CAMBIAR DE RUMBO.
A continuación adjuntamos las primeras y últimas páginas del libro:
Tras pasarse la mayor parte del día en la escuela, a los niños se les mandan —por norma general— tareas adicionales para realizar en casa. Un hecho muy curioso cuando te detienes a pensar sobre ello, pero no tan curioso como el hecho de que muy pocas personas se detengan a pensar sobre ello. Merece la pena preguntarse no solo si existen buenas razones para apoyar la práctica casi universal de mandar deberes para casa, sino también la razón por la que esta práctica tan a menudo se considera como algo natural —incluso por un considerable número de familias y de profesorado a quienes les preocupa su repercusión en la vida de los niños—.
El misterio aumenta cuando se constata que las extendidas creencias sobre los beneficios de los deberes—mayor rendimiento académico y promoción de valores como la autodisciplina y la responsabilidad— no vienen corroboradas por la evidencia científica disponible. Como veremos más adelante, los datos en que se apoyan dichas creencias son débiles o inexistentes, dependiendo del componente específico que se esté investigando y de la edad de los estudiantes. Pero, de nuevo, esto rara vez ha provocado una discusión seria sobre la necesidad de los deberes, ni ha calmado las exigencias de que se manden todavía más.
Padres y madres hablan con frecuencia sobre los deberes de sus hijos, siendo uno de los primeros temas que surgen en las reuniones con los profesores, sean individuales (tutorías) o generales del aula. No hay mejor forma de asegurar la asistencia a una reunión de clase que avisar de que se van a proporcionar consejos sobre los deberes escolares. De forma similar, hay una demanda aparentemente ilimitada de libros que ofrecen ayuda con títulos como: The HomeworkSolution: Getting Kids to Do TheirHomework (La solución a los deberes: Cómo conseguir que los niños hagan sus deberes); Seven Steps to Homework Success (Siete pasos para el éxito en los deberes); Homework Rules and Homework Tools (Reglas y trucos para los deberes); Ending the Homework Hassle (Ponerfin a la molestia de los deberes); How to Help Your Child with Homework; Hassle Free Homework (Cómo ayudar a tu hijo con los deberes; deberes sin problemas), etc.
No hay duda de que estamos ante un tema de enorme relevancia para casi todos los que conviven con niños y jóvenes —un tema ante el que muchos nos sentimos frustrados, confundidos o incluso enfadados—. Pero a pesar de nuestra preocupación, rara vez se cuestiona la creencia de que se deberían seguir mandando deberes.
Esta postura de aceptación generalizada sería comprensible si, de vez en cuando, la mayoría del profesorado decidiera que un determinado tema debe continuar después del colegio y, entonces, se pidiera a los alumnos que leyeran, escribieran, investigaran, o hicieran algo en casa esa tarde. Podríamos plantearnos dudas sobre ciertas tareas pero, al menos, sabríamos que los profesores están aplicando un criterio, decidiendo caso por caso si las circunstancias realmente justifican la intromisión en el tiempo familiar, y valorando la probabilidad de que el resultado sea un aprendizaje significativo.
Este escenario, sin embargo, no tiene
nada que ver con lo que sucede en la mayoría de los colegios e institutos. Los deberes no se limitan a los momentos en que parecen adecuados e
importantes. Lo que la mayor parte del profesorado y responsables educativos está diciendo no es: “Hacer este proyecto concreto en casa puede
ser útil”. Sino que más bien, el punto de partida parece ser, “Hemos decidido de antemano que los niños tienen que hacer algo todas las
tardes (o varias tardes a la semana, o todos los fines de semana). Ya se nos ocurrirá qué les haremos hacer’ La práctica mayoría de los
centros educativos —públicos y privados, de primaria y de secundaria—acepta este compromiso genérico con la idea de los deberes en abstracto. Incluso muchos colegios supuestamente progresistas
establecen criterios que especifican el tiempo que los niños de una determinada edad deberían dedicar a algún tipo de tarea
escolar en casa.
¿Alguien se ha planteado la
necesidad de cuestionar todo esto? Considera el siguiente párrafo
extraído de un artículo aparecido
en la revista Parents:
Si no se obligara a los niños a aprender cosas inútiles y sin sentido, entonces los deberes serían absolutamente innecesarios para el aprendizaje de las asignaturas ordinarias. Pero cuando se exige la acumulación de una gran cantidad de datos con poca o ninguna importancia para el niño, el aprendizaje es tan lento y costoso que el colegio se ve obligado a requerir la ayuda de casa para salir del lío que el propio colegio ha generado.
Quien sea lector habitual de esta
revista pero no recuerde haber leído esta provocativa declaración, tal vez sea porque el artículo apareció en el número de noviembre de 1937. El autor era un superintendente escolar llamado Carleton Washburne, nombre que recibió como homenaje tras su muerte un colegio de su ciudad
natal, Winnetka (Illinois). Para comprender el drástico cambio que, desde entonces, se ha producido en la actitud de la sociedad, lo primero que vemos en la página web del Washburne School es
un “enlace a los deberes escolares de los alumnos”.
Y, naturalmente, los lectores de las principales revistas y periódicos actuales ya sabemos de qué manera se trata este tema. Por ejemplo, el ejemplar de febrero de 2004 de Parents incluía un artículo que aceptaba de forma acrítica la propuesta de que todos los niños deberían tener deberes para casa desde primero de primaria; y luego procedía a ofrecer sugerencias prácticas de cómo ayudar a los niños “a centrarse y a terminar” lo que les hubieran mandado.
Cualquiera que no esté satisfecho con este tipo de consejos puede sentir una punzada de nostalgia por el inteligente cuestionamiento y el pensamiento progresista tan común entre 1920 y 1940.Lamentablemente, hoy sigue siendo necesario utilizar los mismos argumentos y luchar las mismas batallas contra las mismas prácticas y creencias a las que se enfrentaron Washburne y sus colegas. Pero esto no significa que los supuestos “movimientos pendulares” en el pensamiento educativo se correspondan con cambios en la práctica. Hablando de la educación en su conjunto, las teorías progresistas han generado periódicamente un aumento del interés entre investigadores y teóricos, pero nunca han hecho serias incursiones en la mayoría de las aulas. La frase “volver a lo básico” es un concepto equivocado. En realidad, no hace falta volver, nunca nos hemos ido.
Con respecto a los deberes en particular, es igualmente importante ser conscientes de que los cambios en las actitudes por parte de los investigadores o, incluso, de la sociedad en general, no se traduce necesariamente en variaciones significativas en la cantidad de deberes que los estudiantes realmente tienen que hacer. Es fácil confundir lo que se debate con lo que se hace. Por ejemplo, un artículo de 1999 en el New York Times incluía esta observación: “Una vez que el péndulo oscila hacia un lado, se necesita mucho tiempo para invertir la dirección; pero hay signos de que el exceso de deberes escolares que sufren los niños pequeños está pasando factura“. Es probable que la segunda mitad de la frase sea cierta y que, como ha ocurrido en otros momentos, algunos articulistas hayan tomado nota de lo que está ocurriendo. Pero eso no significa que el péndulo esté oscilando o, metáforas mecanicistas aparte, que se esté haciendo algo para evitar que los niños paguen esta factura.
Final del libro
Es desconcertante que muchas escuelas que se describen, con orgullo, como “progresistas” o “alternativas”, manden tareas tradicionales de manera habitual en cuanto los niños llegan a tercero o cuarto de primaria y, algunas veces, incluso antes. Es igualmente desalentador enterarse de que otras escuelas intentaron trazar un rumbo diferente, para verse obligadas al poco tiempo a volver al redil. Un colegio de primaria en Oregon logró abolir los deberes, solo para que llegara un nuevo director y, rápidamente, los restableciera. En la ciudad de Nueva Jersey, las familias de mentalidad tradicional frustraron un intento del equipo de una nueva escuela paraque los niños pasaran las tardes como quisieran. Algunos educadores me dicen que, como mucho, pueden limitar la cantidad de deberes que mandan a los niños, o tratar de hacerlos lo más pensados posible.
Cambiar el valor por defecto no es fácil, sobre todo en lugares donde el compromiso con el valor de los deberes está más cerca del dogma religioso que de la hipótesis científica. De hecho, incluso su cuestionamiento, muchas veces, no es bienvenido —como hemos visto con documentos como la posición adoptada por la PTA/NEA, que insta a los padres a “hacer ver a los niños que piensan que los deberes son importantes” (p. 116). En lugar de reclamar a los adultos que den ejemplo de pensamiento crítico, el mensaje es seguir la corriente. “Algunos críticos argumentan que los deberes son inútiles, incluso cuando los estudiantes son diligentes en hacerlos, y que las escuelas deberían eliminarlos”, reconoce un conocido escritor sobre temas educativos. Sin embargo, “en vez de debatir la utilidad de los deberes —dice— asumamos que mientras estén ahí, los padres deben hacer todo lo posible por apoyarlos”. Es difícil imaginar una declaración más precisa de lo que significaría para cualquier persona reflexiva —y padre preocupado— abdicar de sus responsabilidades. Insistir en que debemos apoyar cualquier política que esté en vigor, incluso una que pueda ser perjudicial, es un consejo profundamente perverso en cualquier contexto. Teniendo en cuenta que estamos hablando de educación, la contradicción es especialmente lamentable.
Otros, por su parte, sugieren que los padres preocupados por ver a sus hijos pasar una tarde tras otra haciendo tareas inútiles no deberían quejarse, sino complementar los deberes con actividades más interesantes de su propia creación. “Si la escuela insiste en hacer que los estudiantes memoricen montañas de información sobre, por ejemplo, Asia Central, sin hacer este aprendizaje significativo”, los padres podrían “sacar un libro o alquilar una película que les acerque más vivencialmente a esta región”, propone un experto. Sin embargo, esta idea también resulta problemática. En primer lugar, plantea serias preocupaciones sobre la equidad: solo algunos padres tienen el tiempo, la formación y los recursos para proporcionar a sus hijos un tipo de enriquecimiento del que deberían poder beneficiarse todos los niños; evitar hablar sobre los deberes es hacernos cómplices de la ampliación de la brecha de desigualdad social en la próxima generación.
En segundo lugar, un montón de tareas no solo resultan inadecuadas, son perjudiciales. Transmite a los niños la idea de que aprender sobre lugares lejanos (o la poesía o conceptos matemáticos) es algo aburrido y sin sentido, y elimina su deseo de explorar ideas. Como ocurre con muchos otros temas educativos, los beneficios de añadir buenas prácticas son limitados, a no ser que también estemos dispuestos a trabajar por la eliminación de las malas prácticas.
Podemos evitarlo: debemos animarnos unos a otros (y a nosotros mismos) a repensar la creencia básica de que los deberes son inevitables y deseables. Deberíamos debatir sobre su valor y, si estamos convencidos de que hacen más mal que bien, posicionarnos en su contra. Los profesores deberían hablar sobre el tema con sus colegas, así como con los padres; los padres deberían hablar con sus amigos, así como con los profesores de sus hijos. Compartir información es una forma de ayudar a que esto ocurra, como encontró Bethany Nelson en la Sparhawk School. Del mismo modo, Ruth Lazarus, una trabajadora social del área de Chicago, comenta: “Los padres suelen tener tal ansiedad por las consecuencias de que sus niños no completen sus deberes, que yo diría que es la principal fuente de estrés para la mayoría de las familiascon las que trabajo que tienen niños en edad escolar. Sin embargo, los datos ofrecidos por la investigación se han mostrado verdaderamente útiles para aliviar este estrés. Puesto que la investigación no corrobora el valor [de los deberes], muchas familias pueden relajarse”.
Aquellos que siempre han asumido que los deberes son necesarios puede que no sean muy receptivos a ver cuestionadas sus ideas, al menos al principio. Phil Lyons, profesor de ciencias sociales afirma que la posibilidad de cuestionar los deberes lleva a algunas personas a reaccionar de la misma manera que hacen los creacionistas “cuando les intentas explicar la teoría de la evolución. A pesar de todos los argumentos lógicos,se niegan a creer que menos deberes puedan llevar a más y mejor aprendizaje“. Pero enseguida agrega que se puede invitar con éxito a que muchas personas reconsideren sus creencias, incluso cuando estamos hablando de estudiantes más mayores —e incluso en los sectores en los que se consideran los cursos de bachillerato principalmente como una fuente de credenciales para la admisión en universidades selectivas—:
He encontrado un montón de hostilidad por parte de padres que piensan que sus hijos están siendo estafados porque llegan a casa y dicen que no tienen deberes. Pero después de explicárselo, la mayoría se muestra favorable y apoya esta política. Los adultos reconocen abiertamente que no recuerdan nada sobre las elecciones de 1876 de cuando estudiaban historia en bachillerato, y que otros aprendizajes y experiencias eran más importantes. Una vez que les explico que esos importantes aprendizajes y experiencias se consiguen mejor sin necesidad de mandar deberes repetitivos, generalmente pasan a mostrarse de acuerdo.
Otros padres, por su parte, no necesitan que les convenzamos de que los deberes son generalmente inútiles y estresantes; necesitan que se les convenza de que hablar sobre esta evidencia es importante. Aquí tienes a Kathy Oliver, profesora de tercero de primaria en Washington:
Lo que he encontrado es que la mayoría de los padres no quieren la pesadez de los deberes, pero tienen miedo de renunciar a ellos porque las cosas siempre han sido así. El año pasado envié en enero una encuesta para ver cuál era el sentir de los padres, y de veintiséis padres, solo dos respondieron que deseaban que hubiera más deberes tales como memorizar las tablas de multiplicar o la ortografía. También tengo padres qué me cuentan lo que pasa en cuarto de primaria, con dos horas de deberes todas las tardes, y cómo lo odian. Hace poco una madre sacó a su hija del colegio y se la llevó a otro centro por esta razón. Aunque la animé a que se lo comentara al director, no lo hizo. Me dijo que muchas otras madres sentían lo mismo pero que tenían miedo de “complicarse la vida”.
Katharine Samway era una de esas madres que habían aceptado su papel “como supervisora delegada…de la escuela”, “una guardiana del status quo educativo”. Supervisar el ritual diario de los deberes llegó a ser “del todo intolerable para su hijo y para sí misma”. Permitió que “algunas tardes el precioso tiempo en familia y su equilibrio psíquico se erosionaran, e incluso se destruyeran” porque no “quería ser criticada por no apoyar la educación de mi hijo”. Pero al final se plantó. “He permitido demasiadas tardes que las obligaciones impuestas por el profesor reemplacen las necesidades e intereses de mi familia”. Se vio pensando: “Tenéis a nuestros hijos durante seis horas, cinco días a la semana. ¿No podemos disponer de algo de tiempo para hacer lo que queramos con ellos?” Hasta que un día decidió decirle a su hijo: “No, no puedes hacer tus deberes hasta que hayamos vuelto del espectáculo/ regresado del paseo en bicicleta/acabado de jugar al fútbol/leído el libro, el capítulo o el poema”. Llegó a la convicción de que cuando las prioridades de la escuela están equivocadas, no hay que aceptarlas. La familia es lo primero. Los niños son lo primero. El verdadero aprendizaje es lo primero.
A estas alturas ya no te sorprenderá saber que Katharine Samway es profesora, a la vez que madre. Su experiencia como madre le enseñó el lado negativo de los deberes —lo que quitan—. Su experiencia profesional le dijo que no había mucho en el lado positivo; había poco que perder poniendo el poema o incluso el paseo en bicicleta por delante de las tareas de clase. Por supuesto, por valiente que fuera su decisión, lo que comenzó a hacer era solo una medida provisional que rescataba a su propio hijo. Pero decidió publicar sus reflexiones en una publicación educativa, con la esperanza de ayudar a que sus colegas repensaran sus prácticas.
Si este libro ha establecido algo, es que las fuerzas responsables de que los deberes atiborren las mochilas de nuestros hijos son múltiples y poderosas. Pero ya hemos superado esas fuerzas en otras ocasiones. Hemos cuestionado otras creencias infundadas, rescatado a otras personas que no tenían poder para defender sus propios intereses, cambiado otros por defecto. Si los deberes persisten a causa de un mito, nosotros les debemos a nuestros niños —a todos los niños— luchar por una política que se base en lo que es verdadero y tiene sentido para ellos.